La carta de los niños
Había una vez unos niños que se preguntaron qué pasaba con las cartas que le envíaban a Papa Noel.
– ¿Dónde guardaba tantas cartas? ¿Que hacía con todas ellas? – Se preguntaban curiosos los niños.
Estos niños, que se llamaban, María, Inés, Juan, Tiana, Jose, Iván, Javier y Luna, tenían cada Navidad la misma duda, y siempre se reunían todos para encontrar respuestas lógicas, como por ejemplo:
- Podría ser que ponemos mal las direcciónes y Papa Noel nos lee la mente.
- Pero podría ser que tiene una gabeta gigante, o se las reparten entre los duendes de Papa Noel.
- Yo creo que podría ser que las cartas las tiene por nombre y apellido, y cada vez que le enviemos una las guarda por nuestro nombre.
Y así se pasaban horas y horas discutiendo que podría ser, y daba igual si encontraban respuestas, nunca sabían si era la verdadera.
Una navidad, los niños decidieron coger cada uno una caja de su tamaño y meterse dentro, pero claro, tenían que llevar mucha comida, bebida y demás, para poder sobrevivir y, por supuesto, también debían llevar un abrigo muy gordo, un gorro y unos guantes, para soportar el frío polar.
Luna le dio a cada uno de sus compañeros un Walky Talky para poderse comunicar entre todos,- de hecho los Walky Talky se los había dejado Papa Noel las navidades pasadas-. Además todos se hicieron una especie de ventanita donde no se les podía ver a ellos, pero ellos sí que podían ver a los demás y a todo lo que sucedía a su alrededor.
Con los Walky Talky, pudieron comentar todas y cada una de las cosas que veían por su ventanita, y se rieron y divirtieron mucho con las ocurrencias del gracioso del grupo, que era Iván.
Algunos fueron en barco y otros en avión, y lo curioso fue que todos llegaron a la vez. El viaje había resultado mucho más divertido e interesante de lo esperado.
¡Después de unos días más, por fin llegaron al Polo Norte, a la casa de Papá Noel! Allí se dieron cuenta que en su buzón, que era enorme para poder recibir la carta de todos los niños del mundo, su nombre aparecía en todos los idiomas del planeta. Así pudieron leer: Santa Claus, Weihnachtsman, Papá Noel y muchos más, pero que se referían a una sola persona, a él, al hombre con pinta de abuelo, regordete, cariñoso y con barba blanca que nos traía juguetes a todos los niños y niñas la noche antes de navidad.
Al llegar, todos se encontraron en la fabrica de juguetes, ¡en ese momento se dieron cuenta de que llegaron alli, sí, pero se les había olvidado escribir la carta de deseos para Navidad!
¡Menos mal que Juan había llevado una libreta, y que Inés había traído su estuche de bolis de colores, los que siempre utilizaba para escribir su carta, y que compartía con sus amigos!
Dicho y hecho, todos se pusieron a escribir, Inés escogió el color verde, Jose el rosa, Juan el rojo, María el azul, Tiana el boli multicolor, Javier el Turquesa, Luna el violeta, e Iván, por último, el negro.
Tras haber escrito todas las cartas, las dejaron en aquel enorme buzón que había delante de la puerta para entrar a la fábrica.
Allí se quedaron escondidos en una esquinita para ver si alguien recogía las cartas que los niños y niñas habían escrito.
¡Después de muchísimo tiempo, por fin apareció alguien!
Luna de la emocion gritó y todos exclamaron:
¡Sshhh!
Que te oyen ¡Shh!
Menos mal que el duende no se dio cuenta y entró tan normal en la fábrica.
Los chicos aprovecharon que la puerta estaba abierta para entrar, ya que para acceder a aquel sitio se necesitaba una llave especial.
Al entrar todos se quedaron con la boca abierta; todo estaba hecho de golosinas, dulces, chocolate y de toda clase de chuches, y encima había millones de regalos.
Los chicos y las chicas se escondieron juntos para que nadie les viera, pero poco después apareció Santa Klaus (que así se llamaba también), y sin querer todos se movieron, y se cayeron.
Y Santa, que así era como le llamaban todos los duendecillos a Papá Noel, les pilló y les llevó a su casa para que le diera una explicación. Ellos se la dieron con todo detalle, y entonces Santa lo entendió todo y les enseñó su casa y la fábrica. Dentro de la fábrica les mostró donde guardaba sus cartas, y allí tenía unos libros mágicos, donde ponía el nombre de cada niño y niña del mundo. Cuando acercaba cualquiera de las cartas que habían escrito los niños, se introducían automáticamente los datos y, al abrir el libro, aparecían como por arte de magia todos sus deseos. Los niños alucinando, cogieron sus cartas y las metieron rápidamente y… ¡al abrir el libro estaba exactamente lo que ellos habían escrito!
Santa les preguntó a los niños si habían escrito unas cartas con bolis mágicos de colores.
Los niños pensaron que se referían a los bolis de Inés y todos respondieron que sí. Entonces Santa les contó que esos bolis hacían todo realidad, y por eso siempre les llegaban todos los regalos y deseos que habían pedido.
En ese momento Javier se acordó que en la navidad pasada había escrito que quería ir con sus amigos al Polo Norte para visitar a Santa, y que lo había escrito con bolis mágicos, y por eso estaba ese invierno en el Polo Norte con sus amigos cumpliendo su deseo.
Javier le contó la historia a sus amigos, y todos le agradecieron que hubiera escrito eso, pero también estaban muy agradecidos con Inés, porque sin sus bolis no se podrían haber cumplido sus deseos.
Santa le dio a cada uno de los niños una llave mágica, y les explicó que esa llave la podían poner en cualquier puerta y que, en cuanto la puerta se abría, ya se encontrarían de nuevo allí, en la fábrica, sin tener que hacer toda esa aventura para llegar a su casa.
Además, otra cosa a resaltar era que daba igual todo el tiempo que estuvieran allí, porque en la vida real no contaba. Es decir, que se podían quedar allí durante horas y días enteros, pero cuando volvieran a casa sería la misma hora que cuando se fueron.
Los niños agradecidos se marcharon, pero antes de irse le dieron un fuerte abrazo a Santa. Estaban súper felices y emocionados de haber podido vivir esa experiencia junto a Papá Noel, o Santa, como ya le llamaban ellos también.
¡Y así fue como estos chicos y chicas descubrieron, por fin, cómo era la fábrica y dónde guardaba las cartas Santa!
¡COLORÍN, COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO!