Xalupi y la farola
En un pequeño pueblo de los Andes, vivía un niño llamado Xalupi. Su familia, compuesta por sus padres, por él mismo y su hermano pequeño Rijo, que aún era un bebé, era muy pobre. Sus padres eran campesinos y todos en la casa, salvo el pequeñín, tenían que trabajar duramente la tierra, para salir adelante como podían y sin tener ningún tipo de lujo.
Los papás soñaban con que algún día sus hijos pudieran estudiar, para poder aspirar a una vida muy diferente a la que ellos llevaban, llena de trabajo y de necesidades. Ellos tenían muy claro que no querían para ellos la vida de trabajo, sacrificio y miseria a la que se tenían que enfrentar cada mañana al despertar.
Xalupi era un muchacho bueno, trabajador, listo y obediente, que ayudaba todos y cada uno de los días de su vida a sus padres. Labraba, araba la tierra, quitaba las hierbas malas del campo, ayudaba a su mamá en el cuidado y atención de su hermanito Rijo y en todo aquello que necesitase su familia. Cuando llegaba la noche estaba muy cansado por todo el trabajo realizado, pero aún así, tenía tantas ganas de aprender y de estudiar para salir adelante, que la ilusión le podía más que el cansancio.
Como su familia era tan pobre y vivían tan apartados en lo alto de los Andes, no tenían luz eléctrica, ni tampoco agua corriente y potable que viniese directamente de un grifo. Cada mañana el primer trabajo de Xalupi era ir a buscar agua al pozo, que quedaba muy lejos de su casa, y traerla en dos cubos de plástico que se colocaba con un palo largo en sus hombros, para que le resultara el peso más liviano. Con ese agua, debían beber, cocinar y lavarse todos cada noche, comenzando con el pequeño Rijo y terminando con su papá.
Después de la cena, que solía ser un simple trozo de pan de maíz con algo de leche de cabra, Xalupi se colocaba su raída mochila a la espalda y, con los libros rotos y usados, que le había regalado la maestra Rayén, del pueblo más cercano, emprendía su camino hacía la cantina.
Xalupi sabía que allí se reunían los hombres de su pueblo y de los pueblos vecinos a beber, charlar y jugar a las cartas, y que era el único lugar donde podía conseguir algo de luz para leer, estudiar y aprender de aquellos libros maravillosos, que le transportaban a otros mundos muy diferente al suyo.
La farola de la calle, junto a la cantina, le servía de fiel compañera en las noches, ya que en su casa, por la pobreza y la lejanía, no llegaba la electricidad y tampoco las velas le servían de mucha ayuda. Tenía miedo de quedarse dormido por el cansancio y de provocar un incendio en su cabaña de madera. No podría soportar la idea de haberle hecho daño a su hermanito o a sus papás por su interés en la lectura o por una mala decisión de leer con velas. ¡Que vá, no lo podría soportar!.
Cada noche de su vida, desde que la maestra Rayén le había enseñado a leer, se colocaba la misma mochila y realizaba el mismo camino hacia su amiga la farola, para sentarse debajo de su lumbre y estudiar y aprender de los libros que su maestra le daba cada semana.
Durante años estudió bajo la luz brillante de su amiga la farola, su fiel compañera de estudios, hasta que un día llegó un forastero a la cantina y se fijó en aquel niño bajo la farola, se fijó en él, en el pequeño gran Xalupi y en su voluntad de aprender, pese a las dificultades que la vida le había puesto.
Le llegó tan hondo al corazón de Juan, que así se llamaba el extranjero venido de otras tierras, que desde esa misma noche se hizo amigo del niño, localizó a sus papás y le ayudó con su fortuna a pagar todos los gastos de estudio de Xalupi y de su hermano pequeño Rijo.
Xalupi ya no tenía que acudir cada noche a buscar la luz de su fiel amiga y compañera la farola, puesto que Juan había ayudado a instalar toda una red eléctrica en el pueblo, de manera que todos sus habitantes disfrutaron de luz… ¡y de agua potable!, ya que también se había instalado un sistema de riego en la aldea. Aún así, de vez en cuando, Xalupi bajaba a visitarla, porque se sentía agradecido de la luz que le había brindado cada noche de su vida para ayudarle a estudiar.
Con el tiempo se convirtió en un gran ingeniero y con su ingenio y creatividad, ayudado de su hermano Rijo, constuyeron todo un sistema de redes con protección al medioambiente, del que se favorecieron no solo su pueblo, sino todos los pueblos cercanos. Construyeron escuelas en cada uno de ellos y nunca más le faltó luz a un niño de los alrededores para poder estudiar y labrarse un futuro.
Con esfuerzo, ilusión y empeño se consigue todo, pese a las dificultades que te encuentres en el camino. Simplemente, inténtalo y persevera, una y otra vez.
¡COLORÍN, COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO!